Cruzando medio mundo en el Transiberiano. - Viajeros 360 | Blog de viajes
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Cruzando medio mundo en el Transiberiano.

Escrito por Karina

Son la 1:35 am, y ahora mismo estamos aproximadamente a 6 horas de nuestra próxima parada: Irkutsk. Llevamos ya exactamente 24 horas de viaje desde que salimos de Novosibirsk anoche.

En este momento Gastón creo que duerme, y la señora que va en la litera de abajo a mi lado también duerme -salvo que ronque despierta-. Este trayecto lo hicimos casi todo solos, con el camarote de cuatro literas completo para nosotros. Ella subió hace algunas horas en la última parada larga que hicimos.

Cerré los ojos e intenté dormir. Y no es que no haya podido, es que no quise. En mi mente empezaron a dar vueltas ideas, y entre ellas me pareció hasta injusto dormirme. Empecé a meditar lo que significa estar acá haciendo esta travesía, a pensar el lugar en el que estamos, y sentí que necesitaba volcarlo al «papel» en vivo y en directo. Hay sensaciones que se transmiten mejor de esta forma, y un viaje en tren se presta para hacerlo casi como ningún otro.

Novosibirsk nos gustó, nos pareció helada al extremo (no por nada su nombre significa “la nueva Siberia”) y fue por lejos la ciudad en la que vimos más nieve. Visitamos los lugares que teníamos en mente, tapados hasta la nariz y con un frío tan intenso que sentíamos nos quemaba la piel. Si bien el termómetro marcaba que la temperatura no era tanto más inferior a la de los días previos (cerca de los -18, -20 grados), para nosotros el frío era más intenso y mucho más cortante…puede que tenga que ver con el viento que había, o con que en la Siberia el frío se siente más por el solo hecho de ser la Siberia, pero aquello fue como pasear en un congelador. 

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Recorriendo Novosibirsk
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Mucha nieve 🙂
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Estación de tren de Novosibirsk vista desde el hotel.

Siendo las 00:30 am del sábado,  cruzamos de nuestro hotel a la estación. Por suerte más temprano habíamos canjeado el boleto de tren que ese mismo día compramos rumbo a Irkutsk, como venimos haciéndolo hasta ahora: sobre la marcha y por internet. En este caso nos tocó canjear el ticket electrónico por un pasaje en la estación, nada difícil por cierto. Después nos aprovisionamos de sopas instantáneas, galletas y algo dulce, y volvimos unas horas al hotel. Esta vez no hubo jamón crudo, ni snickers, ni yummys. El frío era tanto que compramos lo primero que vimos al pasar, tratando de apurarnos al máximo para poder ponernos a resguardo y recuperar las sensaciones en las extremidades.

Ya estando prácticos y sabiendo cómo funciona la jugada en el tren, no nos costó encontrar el andén…y una vez arriba del tren, en 5 minutos no sólo estábamos instalados sino también cambiados y prontos para dormir. ¡Así da gusto! 

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Recién subidos al tren

Gastón se ubicó en la cama de abajo y yo en la de arriba… pero por alguna razón (entre ellas que la cama está un poco inclinada) no pude dormirme. Después de dos horas me levanté y me senté abajo, en la litera que estaba libre. Estuve rato viendo las estaciones pasar, alguna luz perdida a lo lejos, y sintiendo las ruedas (¿se llaman ruedas?) deslizarse bruscamente sobre las vías del tren. Allá al rato se despertó Gastón y al ver que no podía dormir, me cambió de cama. Si hay algo que él hace siempre, es cuidarme. Me conoce, y supo enseguida que la cama torcida fue el motivo de mi desvelo. Es que no hay dudas, el es el mejor compañero de viajes del mundo mundial. Que digo de viajes, ¡de vida! (¿Demasiado cursi? ¡Que viva el amor!) 

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Camarote de segunda clase.

Santo remedio: cambiamos y al instante me dormí. El pudo dormir sin problemas en la cama de arriba, así que tema resuelto. 

***

De repente, empezó a sonar música andina por un altoparlante. Me desperté desconcertada, sin saber dónde estaba, ni que día era. Así de profundo me había dormido. Escuchaba la música y menos entendía. ¿¿Estaba en Perú?? Me recordaba a la música del tren rumbo a Aguas Calientes camino a Machu Picchu… me senté en la cama tratando de razonar, miré por la ventana y solo se veía blanco y más blanco pasar. No sabía para qué lado nos movíamos, ni qué hora era. Reaccioné: vamos a Irkutsk. Miré la hora: dos de la tarde. ¿¡Dos de la tarde!? No podía creer haber dormido así de profundo y tantas horas sin despertarme… bueno, en algún momento seguro “me desperté” y me puse un buzo de abrigo que no recuerdo haberme puesto antes de dormir, pero nada que haya hecho de forma consciente. 

Me paré y efectivamente, la música andina salía del parlante del camarote. Miré a Gastón, quien se despertó en ese mismo momento, mirándome también con la misma expresión con la que seguro me desperté yo. «¿Qué hora es?» «¿Qué es esa música?» Intentamos tocar cuanta cosa se pareciera a un botón o perilla, a ver si podíamos apagarlo. Nada. Analizamos el vagón pero la música andina seguía a tope. Abrí la puerta y afuera… silencio. ¿Estaremos tan locos? ¡Al menos era una locura compartida! Antes de salir a averiguarlo, me pase una toalla húmeda por la cara como para despabilarme, y procedí a comer una menta. El lavado de dientes podía esperar unos minutos, esto era una emergencia. Acto seguido, grabé unos instantes de aquella música, ¡como para tener pruebas de que no estamos (tan) locos!

Allá salí, en busca de la provodnista a quien habiamos visto el día anterior. Me encontré en su lugar con un señor jogging y pantuflas, que nunca supe bien si era o no personal del tren (creo que era un provodnisk muy canchero), quien me preguntó algo en ruso. Algo que nos pasó durante todo nuestro viaje por Rusia, fue que la gente nos hablaba en ruso como si entendiéramos, nosotros hablabamos una mezcla de español e inglés (no les hace mucha gracia el tema del inglés) y ellos nos seguían hablando efusivamente en un hermoso y muy pronunciado ruso. Yo le respondí: “¿música?” Señalando el techo y poniendo cara de incógnita, y él entendió clarito. El lenguaje universal no falla.

Haciéndome señas de que venía conmigo, caminamos por el angosto pasillo bamboleante hasta el camarote. La imagen era muy cómica: yo recién despierta, con todos los pelos parados y cara de incógnita, de pantalones con diseños de elefantes tailandeses, buzo deportivo con capucha y pantuflas estilo chinelas (sin cubrir los dedos de los pies). Por supuesto, con medias. Estamos en la Siberia y nosotros somos gente seria.

El señor de jogging también en pantuflas caminando detrás mío, diciendo algunas cosas en ruso que por supuesto entendí clarito. A veces te hablan de una forma que pensás que te están resongando, pero después se ríen y te das cuenta que así son las cosas en la madre Rusia. Enfiló para la ventana, giró una perilla de atrás de la cortina, y voilá. La música andina calló. No podíamos creer que había sido tan simple. Nos reímos todos, y se fue. Los rusos nos caen bien.

Apenas se fue, obviamente empezamos a jugar nosotros con la perilla. Ahora ya no sonaba Sudamérica en nuestros parlantes, sino música clásica, de esa tipo ballet. Estábamos en Europa de nuevo. Me imaginaba en tutú y medias can can corriendo por los pasillos. Qué imagen. De ahí en adelante, aquello fue un popurrí de música sin coherencia ninguna, que mantuvimos prendido por un rato por curiosidad y divertimento puro. Estábamos recorriendo el mundo, desde un camarote de un tren ruso, mientras cruzábamos la siberia en pleno invierno, en la travesía en tren mas increíble que podiamos haber soñado: el Transiberiano. Si hubiese tenido el tutú a mano les juro que me lo ponía.

Después de semejante show, ya estábamos más que despabilados y prontos para comer algo. En ese justo instante en el que decidíamos que elegir de nuestro selecto menú, si elegir sopa instantánea, puré instantáneo o unas galletas (somos gente muy gourmet), llega la -oportuna- señora del restaurante con la carta en la mano, y no lo pudimos resistir. Nuestro cuerpo pedía algo más que sopas de caja. Pedimos un plato de pollo grillado con papas fritas y ensalada de vegetales frescos, y una cerveza sin alcohol -en los camarotes no se puede consumir alcohol-. Costo: 1090 rublos. No precisamente barato para los precios habituales, pero considerando que sería el único gasto del día, bien valía la pena comer en platos de verdad comida de verdad. 

Después de varios minutos, llegó la comida. El plato y el envoltorio plástico me dieron ternura, era como una viandita de la nona. El pollo muy bueno, las papas bien pero bastante aceitosas, y “ensalada de vegetales frescos” fue un decir para resumir un par rodajas de tomate y tres fetas de pepinos, casi casi meramente decorativos. Lo bueno es que lo complementamos con nuestros puré instantáneos y ahí sí, quedó bien contundente. Así almorzamos, en uno de los mejores restaurantes del mundo viendo nada más y nada menos que los paisajes de esta región tan inhóspita del mundo, en este momento tan inhóspito del año. En estos momentos es cuando te das cuenta cuales son los verdaderos lujos de la vida.

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Almuerzo de lujo
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Vistas del atardecer desde el tren, en algún lugar de la Siberia
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Vistas desde el tren

Después de comer y tomar esa cervecita, nos tiramos un ratito a reposar y ver por la ventana un atardecer de esos que parecen pintados. Fue ahí que reparamos en que el conductor de nuestro tren toca la bocina muchas, pero muchísimas veces, de una forma que nos hizo reír pensando si sería indio. O tal vez tiene raíces indias… allá se toca tanto la bocina que los camiones detrás (e incluso algunos autos), llevan la inscripción «Horn Please». Algunos son verdaderas obras de arte llenas de color y personalidad. Que locura India. Algun día me animaré a escribir o publicar en crudo sobre ese viaje.  

También nos dimos cuenta de que nos estamos cruzando con mucha más cantidad de trenes que circulan en el sentido inverso rumbo a Moscú, en su mayoría trenes con vagones de carga, y a toda velocidad… a veces hasta da impresión lo rápido que pasan y como cuando los trenes se cruzan se siente que se mueve el tren hacia el otro lado, casi como si se dieran un empujón. Ese sentimiento de vorágine en medio de la calma y el traqueteo monótono, me encanta. Es como que te da un sacudón que te despabila en dos segundos. Así es Rusia, no pasa desapercibida.

Vamos pasando algunos pueblitos tapados en nieve, otros sorpresivamente coloridos, estaciones perdidas, bosques de pinos infinitos cubiertos en nieve brillante. Pensamos en la gente que vive en estos lugares tan pero tan remotos, en cómo será su vida, su rutina…en cómo será tener la ruta del transiberiano al ladito de tu casa. Como la cotidianeidad de ellos para nosotros es algo tan maravilloso y diferente. 

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Algún lugar del camino
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Díganme si esto no parece una postal
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Le digo a Gastón que el viajar en tren se está convirtiendo en una de mis formas favoritas de viajar…aunque he dicho lo mismo de otros medios de transporte, lo confieso. Me declaro culpable. Pero esta travesía, este viaje en tren, despertó en mí una pasión oculta por los trenes. Ya había viajado en tren en varios lugares de Europa y también en algunos otros lugares como Argentina o Perú (tramos más cortos). Pero este tren, es diferente a todo. 

Tal vez sea por su historia, por la enorme distancia que recorre, por la cantidad de husos horarios que cruza. Tal vez sea por el paisaje surrealista que nos regala a través de la ventana, por la providnista no hablando una palabra de inglés, o por la cantidad inimaginada de nieve que vemos por kilómetro cuadrado. Tal vez sea el hecho de estar cruzando medio mundo en tren. No se la razón, pero es un tren que atrapa. En todos los sentidos. 

Hoy estuve pensando en esto, en como uno lo vive. Podés leer mil historias del tren, mil anécdotas de viaje, pero lo mejor es que cada quien hace su viaje y crea su historia. Los hay quienes viven esta experiencia como algo sufrido: la pasan mal, se aburren, se les hace largo y tedioso, desean llegar de una buena vez. Hay quienes prefieren ir paseando por los vagones, viendo gente, jugando a algo.

Y los hay quienes como nosotros, decidimos tomarlo con calma y ser conscientes del camino y de lo que estamos viviendo. Llámese meditación, llámese reflexión, llámese simplemente pensar o estar presente. Este tren te invita a hacerlo como ningún otro lugar. Tal vez sea porque en esta temporada no es habitual el turismo y reina la calma. Tal vez sea porque nosotros lo venimos tomando de esta forma. Pero el viaje en tren lo venimos disfrutando, y mucho. 

Sobre todo yo, porque Gastón en cierta medida después de 24 horas ¡se quiere bajar! Pero yo creo que podría seguir unas horas más acá arriba. Escuchando la bocina que me lleva un segundo a India, el motor de la locomotora que no para, el estruendo de los trenes empujándose pasar, las vías y cambios de vías correr debajo de mi cama. El temblequeo del camarote, ese plástico que no deja de hacer taca taca, las frenadas y cambios de velocidad… viendo paisajes, gente, imaginando historias y formas de vida. Nuestras charlas, jugar a la guerra naval o al tutti frutti con lápiz y papel como hace añares no jugaba. 

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Ver y vivir todo esto me hace entender por qué me gusta viajar. Me da paz, me hace sentir tranquila. Porque en algún momento del día de hoy pensé: “Estamos en el medio de la nada, ¿cómo no lo pensamos antes? ¿Cómo no pensamos en el hecho de lo indefenso que puede estar uno en un lugar así, en este momento del año?”. No sé por qué, pero nunca lo pensamos. No sé si se trata de cierta inconsciencia, de confianza en el camino, o en nosotros mismos, o en la humanidad en general, pero nunca lo pusimos en cuestión. Esto también es viajar.

Acá estoy ahora, siendo ya 2:30 am, y escribiendo de nuevo. Son varios los dias que se me ha dado por escribir. Claramente este es un lugar que me inspira. Este es un viaje que me inspira. Escribí todo de un tirón, y seguramente no es una obra literaria. Pero sigo pensando que no volcar todo esto en papelpalabras en tiempo real era una injusticia, algo que no podía permitirme y que seguro no me iba a dejar conciliar el sueño. 

Por todas estas cosas, estoy disfrutando este viaje como una niña. Como una niña que va descubriendo, que se asombra, que pregunta, que va sin miedos ni ideas preconcebidas, que simplemente va. Y si bien siempre me gusta disfrutar el camino sea en el medio de transporte que sea, este se presta de una forma muy especial para eso, porque acá el destino es el propio viaje. Y el no tener distracciones externas como películas, gente que hable un idioma que entiendas, vendedores o incluso revistas, hace que si o si prestes atención a cosas a las que por lo general no les prestás atención. Cosas simples, sencillas, pero que toman ahora otra dimensión.

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Parada intermedia durante el viaje

Esta vuelta al mundo va teniendo mucho de eso, mucho de cosas nuevas, de descubrir otras formas de viaje, otros medios de transporte, otros caminos. Y no puedo estar más feliz en este mismo momento de habernos animado al transiberiano, de haberlo hecho a nuestra manera, de haberlo hecho aún sin tener nada planificado. De haberlo hecho sobre todo desde la humildad de dejar que el camino nos sorprendiera, porque la realidad es que no esperábamos nada grandioso. De haberlo hecho sin tener en mente que ver, “imperdibles” a visitar en cada lugar, o qué hay que ver si o si. Sin expectativas de que el viaje fuera perfecto. Eso, termina haciéndolo mas perfecto de lo que podría haber sido nunca. 

Solo puedo estar agradecida, solo puedo sentir felicidad en este momento. Y tal vez suene cursi o trillado, pero no es algo decorado para el señor lector ni para tratar de «vender» una experiencia, es que realmente lo siento de esta forma.

No soy una persona muy de meditación, de hecho soy un tanto ansiosa y suelo ser impaciente: me gusta moverme ágil y hacer siempre muchas cosas a la vez. Me da mucha impotencia cuando la gente va lento o demora en hacer cosas simples o cotidianas, es como que no puedo soportarlo. Cuando estoy sentada muevo la pierna en un tembleque, soy de morderme un poquito las uñas, y necesito siempre estar haciendo algo. A veces siento que mi mente va mucho mas rápido de lo que va todo lo demás. De hecho me pasa mientras escribo. Soy además, muy exigente. Y auto exigente. Por eso dudé mucho de mi habilidad de poder disfrutar algo así, un viaje lento, largo, que muchos catalogaban de tedioso y monótono.

Pero acá estoy, largando una verborragia de felicidad digna de una Paso de los Toros. Para quienes no saben de que hablo, hay una bebida en Uruguay que se llama “Paso de los Toros” que en su publicidad muestra diversas situaciones empalagosas donde con el lema “cortá con tanta dulzura”, toman esta bebid que se jacta de no ser lo azucaradas que son otras tantas bebidas gaseosas del mercado. No es chivo, pero si nos quieren auspiciar… ¡acá estamos!  

Escribo esto y me doy cuenta de las ganas que tengo de tomar una bebida bien fría. Daria mi reino (o mi tutú) por una bebida helada en latina. Acá no tienden a darte las bebidas frappé, aunque si tenés acceso al mundo exterior lo podés remediar muy fácil ¡pero eso para el próximo capítulo! 

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Disfrutando de la cotidianidad del viaje en tren

¿Estás dudando si hacer el transiberiano? ¿Si venir en invierno? ¿Si es seguro? Cada quien es diferente, pero yo que estoy acá arriba ahora, cruzando estas tierras tan desoladas y lejanas a todo lo conocido, en plenísimo invierno, te digo que sí, que te animes, ¡que lo hagas! Siempre vas a arrepentirte más de lo que no hiciste que de lo que hiciste. Vení, hacélo a tu manera: todo de una, con 400 paradas, en invierno o en verano, en primera clase, segunda o tercera…en la peor litera no recomendada por nadie en su sano juicio -la lateral de arriba en tercera clase, por si te lo preguntabas 😉 – . 

Hacelo en un tren privado de lujo si ese es tu estilo de viaje y tu bolsillo no se queja. Anímate a salir de tu zona de confort pero solo si vos lo sentís así, ¡yo te recomiendo que te animes! No dejes de hacer una experiencia por el hecho de que otro la hizo y no le gustó, o por leer historias apocalípticas que hacen pensar que nunca vas a poder hacer algo así porque puede que no te adaptes, o puede que nunca juntes toda esa plata… o todo ese abrigo. Hay transiberiano para todos los gustos. ¿Y lo mejor? En todas ellas recorres las mismas tierras, con la misma historia y bajo el mismo cielo, creando algo que sin dudas va a ser único: tu propia historia. Tu propia historia en el transiberiano. 

Listo, ¡ahora si me puedo dedicar a dormir! Al menos por unas 3 horitas. Irkutsk, ¡allá vamos!

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Primer contacto con Novosibirsk, en la estación de tren.

*Este texto es un fragmento de los relatos de viaje que escribí durante nuestro viaje de vuelta al mundo en 2017, y que algún día tal vez vean la luz y lleguen a vos. No suelo publicar relatos de este tipo en el blog, así que si te gusta lo que lees y de alguna forma te hizo viajar con nosotros, te inspiró o despertó tu curiosidad, ¡dejanos tu comentario! Me encantaría saber tu opinión sobre este tipo de posts en el blog, a ver si me animo a publicar más 🙂

Podes leer todo lo que hemos escrito sobre Rusia, y también ver los videos de este viaje en nuestro canal de YouTube.

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Sobre el Autor

Karina

Viajera uruguaya, apasionada por descubrir el mundo... ¡y contarlo! Soy quien está detrás de estas letras en el blog y de nuestras redes sociales. Abogada y escribana de profesión, viajera de corazón.
Amo conocer nuevas culturas, lugares naturales únicos, vivir experiencias diferentes, y transmitirlo. Nuestra misión es inspirarte, llevarte con nosotros a conocer lugares nuevos, y darte toda la info que hemos ido aprendiendo para que puedas hacer ese próximo viaje. ¿Venís?

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